El vidente by Pilar Mateos

El vidente by Pilar Mateos

autor:Pilar Mateos [Mateos, Pilar]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Juvenil
editor: ePubLibre
publicado: 1987-09-15T00:00:00+00:00


IX

LO último que recordaba de la noche era la música de «Carros de fuego» sonándole en los oídos mientras se quedaba dormido. Cuando se despertó, la casa entera estaba en silencio, y desde la calle llegaba el ruido de los coches y del tráfago mañanero. La habitación estaba iluminada por una luz blanca, porque él nunca bajaba la persiana al acostarse. Fue al cuarto de baño y en el pasillo se cruzó con la figura sigilosa de la abuela Carita que andaba de puntillas para no hacer ruido con los tacones.

—Me voy a misa de ocho —le susurró—. Os traeré churros para el desayuno.

Paulo volvió a acostarse, pero ya no se durmió. Desde la cama contempló relajadamente las láminas de los coches de carreras, las fotografías de los futbolistas y un cartel que anunciaba la participación española en la Olimpiada. Habíamos quedado los cuartos en baloncesto, recordó. Le interesaron más las estatuillas de barro que estaban sobre la librería y que había modelado Juan con notable habilidad. Entonces se acordó de su amigo Borja, que a esas horas estaría vestido de uniforme, pantalón gris y chaqueta azul marino, en algún colegio de Londres. Se acordó de sus padres y experimentó un sentimiento de incertidumbre ante su propio futuro. Se preguntó si podría seguir yendo al mismo colegio, después del divorcio, y seguir viviendo en su casa, o tendría que mudarse a algún otro lugar desconocido y, por lo tanto, inhóspito. Repentinamente se dio cuenta de que tenía mucho cariño, un cariño violento y urgente, no sólo a su habitación y a la parte trasera del jardín donde estaban el palomar y el pilón de la anguila, sino también a sus vecinos y al barrio entero; a los comerciantes de las pequeñas tiendas, que sabían su nombre; al vigilante de la urbanización, un levantador de pesas que había hecho exhibiciones en un circo; y especialmente al viejo farmacéutico, que le dejaba despachar las compras menudas y le regalaba caramelos de eucalipto.

Se quedó mirando a una de las figurillas de barro que representaba a un escalador, un escalador que se hundía en la ladera de la montaña o emergía de la montaña; y trató en vano de mirar más lejos. Era extraño que no pudiera ver las imágenes que le concernían a él, y, en cambio, hubiera visto con tanta claridad a la hija de María corriendo alegremente a través de un parque, con las piernas vigorosas y los ojos brillantes, por más que la tuviera delante de él quebradiza y agostada por la fiebre. Evocó con mayor intensidad que todos los demás el rostro de su madre y el día en que él le preparó el desayuno en una bandeja y fue a llevárselo a la cama, y ella se enfadó al principio porque quería continuar durmiendo, y después se rió y le dio un torrente de besos sin que él protestara. Por lo general no le molestaba que su madre le diera un beso de vez en cuando, pero algunas veces se ponía demasiado pesada haciéndole arrumacos como si él fuera todavía un niño pequeño.



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